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La normalización de la infancia

La normalización de la infancia

Como un marco referencial para comprender la infancia desde el diseño de programas e intervenciones que elabora el Chile Crece Contigo (ChCC), resulta necesario revisar las ideas foucaulteanas en torno a la biopolítica y gubernamentalidad, a modo de visualizar los saberes que la sostienen. 

Foucault (2009) señala que la biopolítica se presenta como “una forma particular de gobierno que aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población” (Sánchez y Amuchástegui, 2015, p.25), convirtiendo la vida en objeto administrable, cuya función ya no es matar sino invadir completamente la vida (Uribe, 2016; Ramírez, 2008). En palabras de Uribe (2016), “se trata de un poder que administra la vida entera, un poder que se ejerce sobre todas las manifestaciones de la vida y en todos sus aspectos y ámbitos tanto lo micro e individualizado como lo macro y colectivo” (p.105). En este orden de ideas, los nuevos dispositivos de poder basados en una forma de racionalidad política que se articulan en campos encontrados al exterior del Estado, como la economía política y el sistema de derecho, promueven que este saber/poder ya no se concentre en sujetos particulares, sino más bien en la pluralidad de personas que forman una población, cuya configuración entre saber/poder se ha entendido como gubernamentalidad (Foucault, 2009). 

Lo anterior parece indicar que la biopolítica corresponde a un ejercicio del poder sobre la vida, lo que conlleva a una “regulación de los procesos e individuos a través de mecanismos de normalización” (Uribe, 2016, p.105). Es decir, que “los gobernados” ajusten sus propios deseos, esperanzas, decisiones, necesidades y estilos de vida con objetivos gubernamentales (Castro-Gómez, 2010) pretendiendo que los cuerpos se autorregulen y se autocontrolen.

A causa de ello emerge la norma como un criterio de aceptabilidad social (Uribe, 2016), que a partir de la biopolítica, pretende ser vista por los gobernados/as como “buena, digna, honorable y, por encima de todo, como propia, como proveniente de su libertad” (Castro-Gómez, 2010, p.13). 

Siguiendo a Giorgi y Rodríguez (2007), que recogen los planteamientos foucaulteanos, señalan que las técnicas de sujeción y de normalización se dirigen primordialmente al cuerpo: “es alrededor de la salud, la sexualidad, la herencia biológica o racial, la higiene, los modos de relación y de conducta con el propio cuerpo, que las técnicas de individuación configuran a los sujetos” (p.10), situándolos en un campo de lo normal y lo anormal, de la peligrosidad, de la enfermedad y de la salud. 

Así mismo, es a partir de la relación entre lo biológico y lo social, que las tecnologías modernas intervienen y colonizan aquello que antiguamente se destinaba a la esfera de lo doméstico y privado (Giorgi y Rodríguez, 2007), es decir, lo que antes era considerado propio del individuo ahora es parte de la esfera pública. 

Ahora bien, considerando estas formas particulares en que se expresa el poder, ¿cómo se han instalado estas prácticas de normalización y homogeneidad en la reproducción de la infancia? 

En un intento de hacer visible estas prácticas, destaca la relación que conservan éstas con la producción de conocimientos en la gestión de niños y niñas, entendidos como individuos previos al adulto, cuyo desarrollo cognitivo, fisiológico y emocional son sustanciales de supervisar y controlar a modo de sostener la normalidad psicofisiológica (Uribe, 2016). Por tanto, el poder de normalización se encuentra en buena medida contenido en una serie de saberes médicos como la pediatría y los saberes psi

Los saberes psi son prácticas sociales sostenidas por el método científico y la racionalidad (Ramírez, 2008), que se desarrollan a partir de la “matriz del higienismo y la medicina para dar respuesta a los problemas de índole política social, cultural y epistemológica” (Briolotti y Benítez, 2014, p.1710). Se definen como “todos aquellos discursos, disciplinas y prácticas en los que se enmarca la producción de trabajos científicos y de difusión masiva respecto de lo psíquico (Dagfal, 2009, citado en Briolotti y Benítez, 2014, p.1710). A razón de ello, encierran tres disciplinas que se ocupan de los psicológico: la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis (Briolotti y Benítez, 2014). Estos saberes, basados en los criterios de la ciencia, son capaces de distinguir los fenómenos de lo normal y lo patológico, como producto de la necesidad disciplinar de alcanzar cierta estabilidad científica (Castillo, 2015; Briolotti y Benítez, 2014). Sin embargo en este propósito contribuyen al establecimiento de un patrón normativo de la infancia. 

Por ello, no resulta extraño pensar en el poder que el saber experto impone sobre niños y niñas, instalando una normalidad sanitaria, que pretende también dominar espacios sociales, tales como familiares, escolares y jurídicos (Uribe, 2016). El modelo de normalidad que se esconde detrás de los programas de la infancia y adolescencia como de los protocolos pediátricos, es un modelo universal, individualizado, ahistórico, androcéntrico y biologicista propio de la biomedicina (Martínez, 2008, citado en Uribe, 2016). 

Desde este modelo biologicista, el comportamiento infantil atraviesa espacios públicos, es decir, se considera una preocupación de la salud, que incita a la familia a colaborar y seguir las indicaciones médicas (Uribe, 2016). Siguiendo esta idea, los progenitores firman una suerte de contrato pedagógico con la sociedad en virtud del desarrollo de sus hijos, donde el pediatra, el enfermero, el psicólogo o cualquier otro agente interventor, son encargados de supervisar el contrato: enseñando lo enseñable. 

Desde esta visión en particular, niños y niñas son materia de Estado (Bustelo, 2007, citado en Uribe, 2016), cuyo desarrollo es considerado una inversión a futuro de la propia sociedad, convirtiéndose así, en objetos de vigilancia y gestión biopolítica (Uribe, 2016). 

En nuestra sociedad el sistema sanitario tiene mucho que decir sobre los modelos de socialización, cuidados y crianza que reciben los niños y niñas. En particular, la práctica médica piensa en función de saberes y técnicas a aplicar con el propósito de corregir al infante a su curación (Uribe, 2016). Existe una visión de la infancia como un ser vulnerable por alguna carencia madurativa, un ser inacabado, un adulto en formación. Éste énfasis en su condición de adultos en formación descuida su ser social como niño o niña. Más aún, limita la comprensión del infante como agentes constructores de la realidad (Uribe, 2016). 

Ante una visión de carencia, de incompleto, de vulnerabilidad que ha establecido la ciencia médica, emerge la siguiente interrogante: ¿qué niño o niña se está configurando?

Todo parece indicar que la figura de “niño sano” es la más representativa para responder a tal pregunta. Niño sano es una conceptualización genérica que los protocolos pediátricos suelen usar, para referirse a las medidas que permiten supervisar e intervenir en el crecimiento y desarrollo definido como normal en el proceso evolutivo del individuo entre 0 y 14 años (Uribe, 2016). En particular, los términos niño y sano esconden imposiciones normativas que restringen el abordaje en la infancia. Ésta construcción del niño o niña no viene dada por sí sola, está contenida en una serie de saberes y técnicas sobre cómo debiese ser la infancia, cuyo saber médico tipifica el desarrollo esperado y normal de un sujeto, definiendo marcos temporales en que se esperan ciertos procesos y sucesos vitales (Uribe, 2016). 

En vista de que el sistema sanitario sostenido en la ciencia regula las conductas de los niños y niñas, es posible inferir que al hegemonizar los conocimientos sobre los procesos psicofisiológicos, se ha transformado, entonces, en una herramienta apta para construir una identidad normativa, a través de discursos y prácticas sobre la crianza y el cuidado. En este sentido, Foucault (1974) considera la medicina como una estrategia biopolítica (Salinas, 2014, p.22) que si se observa bien, opera mediante dispositivos como las prescripciones médicas, la anamnesis, las recomendaciones, entre otras. 

Por ello, no debería sorprender la presencia del lenguaje médico y psicológico en las modalidades de diseñar y argumentar políticas, programas e intervenciones sociales orientados a la infancia (Castillo, 2009), cuya autoridad corresponde también a un ejercicio del poder. 

En síntesis, el alcance de las lecturas de Michel Foucault en torno a las nociones de biopoder y biopolítica dentro de la analítica del poder dibujan un panorama del presente que promueve el ejercicio de transgredir las estructuras del aparato disciplinario; cuyos saberes, discursos y prácticas producen y regulan tanto la vida social como subjetiva de los individuos. En este escenario, la biopolítica permite pensar la relación entre saber y poder situadas en el marco de una política sanitaria centrada en la infancia. 

Camila Orellana


Referencias

Briolotti, A. y Benítez, S. (2014). Medicina, higiene mental y saber psi en la construcción de la maternidad y la infancia en la Argentina: un análisis a través de la revista Madre y Niño (1934-1935). Universitas Psychologica, 13(5), 1709-1719. Recuperado en: http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.upsy13-5.mhms

Castillo, P. (2015). Los saberes psicológicos en el neoliberalismo: el caso de las políticas sociales y la teoría del apego en Chile. Universitas Psychologica, 14(4), 1325-1338. Recuperado en: http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.up14-4.spnc

Castro-Gómez, S. (2010). Historia de la gubernamentalidad. Razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault. Bogotá: Siglo del hombre. 

Giorgi, G. y Rodríguez, F. (2007). Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida: Michel Foucault; Gilies Deleuze, Slavoj Zizek. Buenos Aires: Paidós. 

Foucault, M. (2009). Nacimiento de la biopolítica: curso del Collège de France (1978-1979). Madrid: Akal. 

Ramírez, A. (2008). Los saberes psi y las réplicas de prácticas sociales moralizantes. Katharsis, (5), 37-60. Recuperado en: http://revistas.iue.edu.co/index.php/katharsis/article/view/566/886

Salinas, A. (2014). La semántica biopolítica. Foucault y sus recepciones. Viña del Mar: CENALTES. 

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